El diablo y yo

Los demonios me lo dicen todo, lo susurran durante la noche.
¿Alguien llegará a liberarme? 
“Oh, por favor, querida”. Dijo el diablo, con quién había hecho un trato.
“Entiéndelo de una vez por todas, tienes cierta tendencia a qué te guste toda la gente. Nunca notas ni un defecto en nadie. Para ti, todo el mundo es bueno, noble y agradable”. 
Apenada, bajé la mirada y mordí mi labio. El rojo en mis mejillas era evidente. 
Tomé aire y valor, dije:
“No soy prejuiciosa, no me gusta censurar a alguien”.
El diablo negó con la cabeza y exclamó mientras sujetaba mis manos. 
“Y eso, cariño, es asombroso. Estás tan ciega para las locuras y tonterías de los demás. Te quedas con lo bueno de cada uno, lo mejoras aún más y no dices nada de lo malo, eso sólo lo haces tú maravillosamente”. 
Las lágrimas se apoderaron de mi mirada, ojos cristalinos y un nudo en la garganta. 
El diablo y yo hicimos un trato. 
Le pedí que me concediera el deseo de que me amases tal y cómo soy. 
Por lo visto, no funcionó. 
“Fuiste demasiado rápido, fue demasiado fácil quedarme con tu alma”. Dijo el diablo mientras acariciaba mi mejilla húmeda por mis saladas lágrimas. 
“Es hora”, le dije yo. 
Acepté mi destino, mi alma le ofrecí y mi alma le di. 
“Búscate a alguien que le importe eso, que llore si le das algo, y tenga tiempo para ti”. Fueron las últimas palabras del diablo, se acercó a mí y me dio un suave beso en mis labios para arrebatarme el alma.

 

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